domingo, 27 de marzo de 2011

CUSTODIA COMPARTIDA

¿POR QUE DIGO “CUSTODIA COMPARTIDA”?

Probablemente mi intención global se trate de fundamentar desde un punto de vista téorico y otro estrictamente personal, las razones de la custodia compartida y el por qué es el modo en que la nombro de esta manera.

Iniciar el tema hablando de “tenencia” me produce una sensación de estar parada en la delgada línea roja que separa la palabra del horror.

Desde el principio, al referirnos a este tema, sabemos que la mirada está puesta en el niño, o mejor dicho, debería estarlo.

Pues entonces, si digo “tenencia” desde un término de significado, me refiero a posesión, y esto es un tema relativo a objetos, no a sujetos.

No poseo al niño que es mi hijo, debo custodiarlo porque soy su autoridad.

¿Y qué significa autoridad? Quiere decir “ser autor”, “guiar, conducir”. Esa es la función de los padres respecto a los hijos.

Cuestiono la tenencia, fundamentalmente, por la realidad que cada sujeto adulto vive en relación al divorcio o la separación. En general se inician procesos paralelos, en primer lugar individuales y luego de relación vincular, como por ejemplo dejar se ser esposo/a y no dejar de ser madre/padre. Aquí dependerá entonces el lugar que como tales le demos a nuestros hijos: objeto o sujeto.

Es aquí detenidos donde solemos escuchar en los reclamos legales que los progenitores enuncian “tener derechos” sobre el niño, similares a los derechos sobre los bienes, poniendo al hijo como algo a repartir, a escindir, a dividir. La situación legal parece resumirse en eso, los derechos que la ley confiere a los padres. Debe quedar claro que los padres tienen deberes hacia los hijos en todas las edades, y que recién a partir de los 14 años podría hablarse de deberes del niño en relación a sus progenitores dentro de un marco social, como los que debe tener frente a todo ciudadano, incluyendo específicamente la solidaridad familiar.

Es menester entonces centrar realmente la mirada en el niño y responder al cumplimiento de sus derechos, los cuales, sin dudas, favorecerían el curso legal del divorcio.

Sea cual fuere la edad del niño, esta cosificación, esta pelea por “tenerlo”, esta desvalorización, son desestructurantes siempre, invaden al niño y detonan dificultades que variarán en la gravedad en relación a la personalidad de cada uno, pero siempre serán importantes. Deberíamos entonces ubicarnos en los intereses del niño, clasificándolos en: inmediato (que no se “derrumbe”) , a mediano plazo (que luego de la crisis recupere su dinámica evolutiva) y a largo plazo (que adquiera autonomía).

En síntesis, el interés del niño es ser conducido a una autonomía responsable… ¿y quién mejor que “sus autores” para satisfacerle?

El niño debe ir a vivir donde más le conviene. Así de simple.

¿Y que es lo que más le conviene?

En primer lugar saber eso. Que se ocuparan de él(ella) y de su conveniencia. Pongo aquí un paréntesis para desprender la conveniencia de la comodidad, no he dicho “lo más cómodo”, que aunque sí debe tomarse en cuenta, no debe regir las elecciones.

En segundo lugar, lo que más le conviene es seguir teniendo padre y madre. Los dos. Sin jerarquías que lleven escondidos mitos populares. No es la madre lo más importante. Los dos progenitores son lo más importante. Y si ya no tiene pareja de padres…sigue teniendo un par de padres.

Entonces le podremos decir al niño, “Vas a ir a vivir donde más te conviene”, diciéndole la verdad que ello conlleva: “Vas a estar con los dos, que es lo que más te conviene”

Una de las situaciones más extremas para el niño es la de la declaración de “tenencia”. Declarar que uno u otro posee la “tenencia”implica al margen de lo ya expresado, la idea de ser despegado del otro progenitor. O más claramente, en función de las emociones del niño: ha dejado de “ser tenido” por uno de sus padres.

Si consideramos que en la punta de las suposiciones infantiles de por que sus padres se separaron, los niños marcan la sensación de haber tenido ellos la culpa; imaginemos la angustia que puede producirles.

Vale aclarar que esa sensación de culpa es porque las discusiones entre la pareja suelen avivarse más frente a alguna situación del hijo, pues este comienza a ser el elemento a través del cual se compite, y solo sirven para agudizar la sensación culpógena en el niño.

Elegir quien es “continuo” y quien “discontinuo” parecería manifestar que uno sí merece quedarse con él, porque es más bueno y al otro se lo castiga limitándole la proximidad. Aquí, según la historia particular, ese hijo puede mezclar esta decisión con la cantidad de amor que le dará cada uno de sus padres, y podría medirla en función de días; generando conflictos de suma importancia no solo con ese progenitor, sino también las vinculaciones que tendrá con el sexo que ese sujeto representa.

Algunas veces ese error se manifiesta luego en acierto, algunas madres dicen “me quiere más a mí”, “le cuesta irse con el padre” (en pocos casos el progenitor continuo es el padre, por ello cito el ejemplo de esta manera). Ese modo de explicar la afectividad del hijo es un error de gran dimensión, es confundir al niño y no entenderlo, pues el niño cree que su padre no lo quiere tanto como ella y que por eso está castigado a verlo menos veces. Puede que el otro modo del pequeño o joven sea estar pendiente del padre y tratar de lograr la reconfirmación del afecto de este constantemente, creciendo así la incertidumbre y la inseguridad que harán mella en su personalidad y por ende en su futuro.

Es que los adultos somos así!!! Entendemos lo que queremos entender…oímos lo que queremos oír…y encima creemos que es bueno!!!

Nuestros hijos nos necesitan a los dos, padre y madre.

Desde el principio reconocen la voz de la madre, por ejemplo, pero esa voz cobra vida y mayor importancia cuando el padre le habla a la madre. Reconocen la voz del padre, pero necesitarán que la madre les diga lo importante que es para ella la voz del padre. Así funciona!!

Entonces, cuando los padres separados no se hablan entre ellos, cuando usan al niño como el intercomunicador, cuando el niño es parte del armamento de destrucción, …¿qué pasa con ese hijo?

No hay uno más amado que el otro.

No hay uno más valioso que el otro.

Cada uno de sus padres cumple las necesidades y ocupa los lugares que debe ocupar en distintas etapas de la evolución del niño, del adolescente, del joven. Ambos lo llevan hacia esa autonomía responsable que es el propio interés del niño. Lo hacen juntos, y si ya no son pareja, no tienen por qué dejar de hacerlo.

No hay derechos en esto… SON DEBERES!!!!

La “custodia compartida” es lo que los padres debemos hacer. Es nuestra obligación. En mejores términos, es la continuidad de los que estábamos haciendo antes del divorcio; antes de que la pareja deje de ser pareja, es lo que tenemos que seguir haciendo porque no hemos dejado de ser padres.

Si no actuamos de ese modo, dejamos de cumplir con nuestras funciones, con nuestros deberes. No castigamos al otro progenitor, sino que el único castigado es el hijo; casualmente el único que carece de responsabilidad en todo y de quien somos responsables.

Estas apreciaciones están dirigidas al contexto normal. De hecho, los cuadros y casos que remitan a situaciones especiales o patológicas requerirán otra interpretación y en cada caso particular se deberá considerar lo más conveniente para el niño.

 ELENA C. CASTRO GONZÁLEZ