El lunes, mientras intentaba un diagnóstico rápido y elemental de cómo andaban mis pequeños de neuroestimulación, dado que íbamos a empezar con una nueva etapa que incluiría el cálculo mental…relación directa con la working memory y las habilidades que surgen de la génesis del numero piagetiana y fundamentalmente del Uno del que Parménides hablara con la certeza del saber mismo… decidí llevar al terreno práctico tanta teoría y me dispuse a jugar con ellos a la escoba de 15.
Al tomar la decisión, el sabor antiguo del chocolate caliente en las tardes de algunos viernes invernales de mi infancia me inundó el pensamiento…se me llenaron los ojos de imágenes de siesta interrumpida por mis “me aburro!” que los abuelos soportaban estoicamente…mi aprendizaje del juego más allá de las cuentas…mi empecinamiento por ganarle al viejo que reía con todo el cuerpo observando mi tezón… era tan fácil!!! Digo… era tan fácil disfrutar…
Con la lengua plena del sabor antiguo, inicié el juego.
Fue terrible…
Muchos de ellos no sabían. Otros, hacía “tanto que no jugaban” que se habían olvidado… y en el juego se veía la falta…
(Cuanto es 9 más 1? Once!)
(Y por qué no puedo dar todas juntas?)
(Qué es un caballo?)
¿La falta de qué? Preguntaran ustedes.
Y yo habré de responderles: ¡de amalgama!
¿Qué hicimos? Nos quedamos en el avance y nos olvidamos del principio.
Si ustedes, mujeres y hombres (madres y padres), se ponen a pensar en sus abuelos (y si alguno disfrutó el milagro de algún bisabu, como mis hijos, mejor aún) podrán entender que les digo… Siempre me maravilló ver a las abus haciendo las cosas que mis hijos necesitaban… el juego justo para cuando había que estimular lo que correspondía. Y me daba mucha risa ver que su bisabuela sabía qué hacer en el momento preciso sin haber pagado una universidad (en mi época no había otra forma) para recibir el título de Licenciada en Psicopedagogía.
Ella giraba su mano y ellos aprendían,
ella cantaba sus fados y ellos repetían,
ella contaba patitos y ellos aprendían…
Ya para entonces yo jugaba a contar autos rojos, después azules…después los que ellos quisieran… usábamos el veo, veo… el “quién es” de sobremesa… el dominó, el ludo, la oca, el juego de moda y la palabra… la palabra inventada que solucionaba dilemas y los creaba…
Hoy les pongo a mis pacientes entrenadores cerebrales, juegos de atención, cuadernos informatizados… y todo lo que puedan y no puedan imaginarse… pero siento que ellos son como el osito Osías… quieren los cuentos de la mano de la abuela en camisón y un poquito de conversación…
Allí los necesito a ustedes…
Tengo un programa de ajedrez en la compu, el Chessmaster… que está preparado hasta para equivocarse y dejar ganar al que empieza… pero no quiero que aprendan así… eso quiero que lo haga el padre. Que se entrenen con ese programa puede ser… pero… ¿qué es más lindo que ganarle al padre? ¡El abrazo que nos da para felicitarnos!… y el chessmaster no abraza…
El manejo de estrategia que les da el Age of mitology es increíble… pero que mi pequeño testarudo se levante antes para esconderse y no ir a la escuela…es fabuloso!!!
Que estamos haciendo? Dejando todo en manos del avance tecnológico…pero sin nuestras manos.
Eso pido. MANOS
Manos hechas juego, palabra y sentido.
Calidad de tiempo, tiempo y no compañía.
Necesitamos ese cuento…ese juego…esa historia…ese tiempo…
Lo que aprendimos de los abuelos, para que no se pierda.
Para que cada niño sepa por donde se empieza…porque el final de una historia está signado por el camino, no por el destino.
Los abrazo desde el alma
ELENA C. CASTRO GONZALEZ